La pregunta del millón de dólares en el ámbito de la docencia siempre ha sido y será siempre: ¿quién es el mejor maestro?
Honestamente no creo que esta pregunta pueda responderse de manera acertada, puesto que del mismo modo que existen estudiantes diferentes, con necesidades distintas; existen profesores cuyas personalidades y métodos pueden ser totalmente opuestos y no por ello dejan de ser tan efectivos como los de sus colegas.
Honestamente no creo que esta pregunta pueda responderse de manera acertada, puesto que del mismo modo que existen estudiantes diferentes, con necesidades distintas; existen profesores cuyas personalidades y métodos pueden ser totalmente opuestos y no por ello dejan de ser tan efectivos como los de sus colegas.

Dado que yo soy una persona que trabaja maravillosamente bajo presión, me agradan los profesores que son exigentes, perfeccionistas, puntuales, y que incluso otros alumnos pueden llegar a odiar.
En mi secundaria y en mi preparatoria tuve maestras (curiosamente todas mujeres) que nos gritaban e incluso nos insultaban para conseguir que les pusiéramos atención o hiciéramos las cosas tal como lo pedían. No digo que eso haya estado bien, pero la verdad a mí me sirvió muchísimo, porque el mismo respeto y miedo que les tenía ayudaba a que diera incluso más de lo que podía e hiciera todo perfecto. Lo mismo pasaba con muchos otros de mis compañeros.
Lo mejor de eso es que lo que ellas me enseñaron no lo olvidé de la noche a la mañana, no lo aprendí únicamente para pasar la materia; orgullosamente puedo decir que aún me acuerdo de todas esas cosas, porque la manera en la que me las enseñaron fue muy impactante para mí. Además, lo que me gustaba de ellas no era precisamente que nos trataran mal, sino que su conocimiento sobre la materia que impartían era verdaderamente sorprendente, y por eso mismo se comportaban así, porque ellas eran las autoridades. No había duda que no pudieran resolvernos. Creo que esta característica es una que sí podría motivar a cualquier alumno: que el profesor domine al 100% su materia, y que ame lo que hace.
Tiempo después, habiendo estudiando en esta carrera diferentes teorías sobre la enseñanza de un segundo idioma (que pueden perfectamente ser aplicadas a la enseñanza en general), descubrí que había métodos menos ortodoxos para transmitir conocimiento y muchos aspectos que debían considerarse. Entre ellos están las diferencias, preferencias y necesidades individuales de los estudiantes. Un buen profesor debe ser lo suficientemente creativo para cubrir todas ellas en un mismo curso.
Otra cosa que caracteriza a un buen profesor es la capacidad que tiene para hacer ver/pensar/reflexionar a sus alumnos más allá de las cosas que él les dice o les proporciona, es decir, la capacidad para desarrollar el pensamiento crítico e independiente de sus alumnos. Al hacer esto, debe ser también lo suficientemente ingenioso para crear un hueco en el conocimiento de sus alumnos, un hueco lo suficientemente grande que los obligue a necesitarlo y por lo tanto a recurrir a él. En pocas palabras, el profesor debe ser capaz de formar alumnos independientes, que vuelen con sus propias alas, pero al mismo tiempo debe de saber como hacer volver a su aprendiz.
Para terminar creo que sería importante que los profesores supieran que nosotros como alumnos buscamos retos, experiencias nuevas, y soluciones a problemas reales. Lo último que esperamos recibir al entrar en un salón de clases son peroratas y tareas que no nos dejarán nada a cambio después de haberlas realizado.
Es evidente que nadie nace siendo un buen profesor, como dice el dicho "La práctica hace al maestro" y cada generación presenta oportunidades y desafíos diferentes, de los cuales el docente puede ir aprendiendo para enriquecer, mejorar y modificar su filosofía y su método de enseñanza para enganchar por completo a los estudiantes que se crucen en su camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario